¿Por qué eligió la oncología como especialidad?
Empecé medicina interna y luego elegí la oncología médica. Abarca todo el organismo y sus funciones, y es lo que me gustaba. En el momento que empecé, hace unos 35 años, había un progreso muy importante en el campo de la oncología y esto hacía muy atractiva la especialidad. Pero, por otra parte, existía cierto abandono de los enfermos oncológicos; no se consideraba que el cáncer fuera susceptible de curación porque en esta época muy pocos tumores eran curables. Era un trato que no me gustaba nada, y para mí fue una unión muy bonita: atender a los pacientes y ser partícipe de este boom.
Se descubrió un bulto en el pecho. ¿Ha tenido miedo ante el diagnóstico?
Claro, todo el mundo tiene miedo. Pero no fue lo primero que percibí. Tuve necesidad de organizar las cosas. Completar el diagnóstico, hacer el tratamiento. Y quitar mis compromisos, citas, deshacer mi agenda. Cuando ya empecé con todo, sentí el miedo. Porque me di cuenta de que no tenía objetivo y me quedaba sin nada, vacía. Al notar esto, empecé a hacer una introspección en mí misma. Fue un buscarme a mí, y gracias a eso, pude aceptar la situación y me quedé más tranquila. La etapa de los tratamientos la viví plenamente, no con el deseo de que acabase. Era mi tiempo. Si hubiera deseado que se terminase, hubiera perdido momentos de mi vida, y nadie sabe cuánto tiempo nos queda. El ser humano reacciona cuando vive algo grave en primera persona.