Todos tenemos distintos roles en la vida: el de madre, mujer y profesional, por ejemplo.
Pero sucede con menos frecuencia que alguien se vea en la situación radical de ser médico y paciente al mismo tiempo.
Es lo que le pasó a la doctora española Ana María Casas, oncóloga y experta en cáncer de mama que un día vio cómo ella misma era atacada por la misma enfermedad que llevaba años tratando en sus pacientes.
Casas se dio cuenta de que algo podía estar mal durante un congreso de cáncer internacional de mama en Suiza, hace tres años. «De repente, me noté un bulto y me dije: ya está, me ha tocado. ¿Por qué no iba a pasarme a mí?», cuenta la doctora en conversación con BBC Mundo. La otra cara de la moneda Cuando esto sucedió, Casas llevaba 15 años centrada profesionalmente en el cáncer de mama, había sido directora médica de dos centros hospitalarios en España y coordinadora del primer plan integral contra el cáncer desarrollado en la región sureña de Andalucía. Hasta ese momento, su experiencia con la enfermedad había sido desde la vertiente del profesional, guiando y tratando a sus pacientes. La otra cara de la moneda Cuando esto sucedió, Casas llevaba 15 años centrada profesionalmente en el cáncer de mama, había sido directora médica de dos centros hospitalarios en España y coordinadora del primer plan integral contra el cáncer desarrollado en la región sureña de Andalucía.
Hasta ese momento, su experiencia con la enfermedad había sido desde la vertiente del profesional, guiando y tratando a sus pacientes.
Pero la vida la puso en la otra, la más difícil, la de la vulnerabilidad de todos los pacientes ante una enfermedad grave. Al volver a España, fue a su hospital (el Virgen del Rocío de Sevilla) y pidió a sus compañeros que le hicieran una mamografía. Cuando los resultados se reflejaron en la pantalla, el radiólogo se quedó de piedra. No sabía cómo decirle. «Le dije no te preocupes, si ya lo estoy viendo», explica ella. Empezó luego la cirugía y el tratamiento con quimioterapia, y la sensación extraña de cruzarse con sus pacientes en el mismo pasillo del hospital. La impresión que le produjo, a ella y a sus pacientes, fue profunda. «Fue un palo, y para ellas también, pasar de verme en la consulta a verme allí, en su misma situación». Rápidamente se corrió la voz por todo el hospital, y ella decidió que no iba a mantenerlo en secreto. Decidió ser consecuente con lo que había pregonado como médico: la necesidad de ser abiertos con la enfermedad, de que los pacientes sientan que el cáncer es una enfermedad como otra y que no hay que ocultarla, ni ocultarse.