¿Qué hacer?
«Nacer, amar, reconocer.
Nada más que hacer»
Mariä Corbí
¿Cuántas veces nos hemos detenido contemplando la inmensidad del mar o de la montaña, ante una puesta de sol o un amanecer? Nos hemos quedado deslumbrados ante la magnitud de una belleza descomunal, sin límites. Ante lo Absoluto. Si, extasiados ante lo Absoluto que nos atrae de forma poderosa, como un agujero negro del espacio. Es algo que está ahí, que forma parte de lo nuestro aunque al mismo tiempo es independiente y no podemos controlar. Nos gustaría seguir en ese estado que casi creemos no ser dignos de merecer pero que, al mismo tiempo, nos hace sentir inmersos en él. Sin que hagamos nada. Es un estado libre, sin ataduras. Algo natural, de lo que nos sentimos formar parte aunque no podamos cogerlo entre las manos, que es fugaz y al mismo tiempo permanece ahí. Es un estado que no se puede describir fácilmente pero que se siente en nuestro interior. Como el Amor.
Pero no podemos quedarnos ahí. Nuestras obligaciones nos reclaman. Hemos de volver a nuestra realidad, a nuestro quehacer de cada día, a nuestro trabajo, a nuestros intereses, a solventar nuestros problemas y satisfacer las necesidades propias y las de nuestra familia. Vivimos inmersos en un mundo de cosas prácticas en el que nos desarrollamos, hacemos planes a corto y largo plazo, nos proyectamos a nosotros mismos como personas y en los demás. Nos identificamos con nuestro proyecto vital. Esa es la que consideramos nuestra realidad. Una realidad práctica donde se elabora el día a día y que nos permite sobrevivir. Un mundo de representaciones, de juicios y valores más o menos rígidos que hemos construido nosotros mismos.
Esta misma realidad práctica es la que nos puede hacer daño en la enfermedad. La enfermedad nos desvía por un tiempo o de forma permanente de lo que constituye nuestro objetivo vital y nos parece que perdemos nuestro papel en el mundo. Nos sentimos al margen. Incluso, a veces, la propia sociedad nos pone al margen. Deseamos volver con todas nuestra fuerzas a ese mundo representado que se nos acaba de ir, lo negamos, negociamos una vuelta. Hemos organizado la vida según nuestros propios principios o valores y según lo que siempre hemos creído que la sociedad exigía de nosotros. Pero esta situación no estaba prevista. Habitualmente no anticipamos que vaya a ocurrir nada en el equilibrio de nuestra realidad. Que nuestro proyecto vital se vea alterado repentinamente por algo que no controlamos. Y cuando sucede, esta misma realidad práctica, que ha perdido de repente la estabilidad y el confort del mundo conocido en que nos encontrábamos, alienta únicamente inseguridad. Nos invita a recelar según ideas preconcebidas, tener sentimientos de culpa con nosotros mismos o deudores con alguien, indefensos. Nos conduce a juicios y valoraciones poco o nada fundamentados en los que la familia y amigos no nos sirven de ayuda porque la mayoría de las veces no saben que decir o incluso favorecen que neguemos la evidencia de lo que a todas luces está ahí. Anticipamos miedos. Nos sentimos inmersos en un mundo de impotencia e incertidumbre.
Y desearíamos volver a aquello que nos hizo sentir bien, libres, sin juicios ni ataduras. A lo que nos deslumbro ese día en el que sentimos estar fundidos con una naturaleza de inmensidad deslumbrante, donde nos podíamos quedar extasiados solo con su contemplación. Ante lo Absoluto. Pero para ello necesitamos distanciarnos. Olvidar todas esas ideas preconcebidas que alientan nuestros miedos, ahuyentar juicios que solo anticipan tragedias. Hemos de silenciar nuestra propia conciencia, acallar esos pensamientos que, a cinco mil revoluciones por minuto, nos recuerdan constantemente tragedias presentes o venideras y que solo alimentan pánico y desazón. Cuando nos silenciamos, nuestro interés profundo por eso que está ahí y que nos atrapa, vuelve. Nos acerca a esta una nueva realidad donde estamos que es la que es, pero sin representaciones ni comentarios fingidos, donde no hay juicios ni ideas preconcebidas. Una realidad que de este modo se hace más aceptable y que podemos acoger aun sabiendo que no podemos cambiarla. Esta nueva realidad, vista así, nos deja distanciarnos de todo lo demás, de todos esos juicios e ideas preconcebidas que únicamente alimentan nuestro sufrimiento. Ya no nos importan porque nuestro interés por eso Absoluto que reconocemos y en lo que nos sentimos inmersos es muy superior.
La vida es un proceso continuo de adaptación. Para sobrevivir necesitamos no solo modelar nuestra naturaleza física y mental para que se integre en la sociedad y adaptarla a esa realidad práctica. Necesitamos también ser capaces de reconocer eso Absoluto que está ahí, del que formamos parte en la salud y en la enfermedad, porque somos lo mismo. Solo Uno.